Llevo tiempo dándole vueltas al trato que dispensamos a nuestros alumnos o, al revés, el trato que ellos nos dispensan a nosotros. Quizá sea ahora el momento adecuado dado que nos encontramos en el tramo final del año académico... Precisamente llego en estos momentos de dar mi última clase en este curso 2005-2006, así que, como estoy un poco triste, trataré de no dejarme llevar en exceso por mi estado de ánimo ;-)
Sitúo mi reflexión en el ambiente universitario al que pertenezco, concretamente en la carrera de Periodismo (enmarcada en la Facultad de Comunicación).
Respondiendo a la pregunta inicial, no creo que se trate de una relación excesivamente tormentosa, si bien alcanzar un cierto equilibrio no resulta fácil, menos aún cuando nos encontramos ante un profesorado joven cuya diferencia de edad con los alumnos no es muy elevada. Mostrar una actitud excesivamente distante resulta apático, frío, sin sentimiento, más propio de otro tiempo... Al contrario, tampoco creo que sea positiva la figura del profesor-colega, porque, aunque la universidad ha evolucionado y no es lo que era, no olvidemos que es una institución histórica, en pie desde el siglo XII, por lo que banalizar en exceso las relaciones que en ella se mantienen es ir en contra de su propia identidad y naturaleza. Y quien no se reconoce en la historia, no sabe ni tan siquiera quién es.
Entonces, ¿cuál debe ser el estatus en el que se desarrolle la relación del profesor con el alumno en la universidad? Creo que la clave está en la naturalidad. Ni más ni menos. Cuando empecé mi corta carrera docente, una amiga me dio un consejo que finalmente he desestimado porque hace tiempo déjé de creer en él. Me dijo algo así: "Dar clase es como escenificar una obra de teatro, es interpretar un papel, el que prefieras, pero interpretación al fin y al cabo".
De haber seguido su consejo, hubiera terminado siendo un caso extraño de Dr. Jekyll y Mr Hide y quizá ahora escribiera este comentario desde el psiquiátrico...
Creo que el constante trabajo del profesor universitario (mucha investigación, preparación exhaustiva de clases, atención al alumno, formación contínua...) debe estar fundamentado en la naturalidad, en la normalidad, en el mostrarse ta cual ante los alumnos.
Quizá debamos reflexionar en que cuando fallamos en alguno de estos frentes las relaciones con los alumnos comienzan a ser tormentosas.
Por ejemplo, es posible que en ocasiones la poca preparación de clases o las propias lagunas en la formación del profesorado traten de ser solventadas con un trato diferente al alumno (ej., yendo de colega). O al revés. Una actitud artificialmente distante, puede reflejar muchas de las carencias que he señalado.
No sé, quizá vaya muy desencaminada... ¿Qué pensáis vosotros?
Un abrazo a todos y ánimo en el final de curso!!