Me pasan unos pensamientos preciosos: terribles pero preciosos. Qué bonito, por poético, es a veces el sufrimiento.
Así siente el poeta en medio de la contienda, así siente el filósofo en el enfrentamiento: ambos nos enseñan a vivir coherentemente aunque con ello perdamos la vida. Cuando una injusticia conlleva la muerte, el único consuelo es haber actuado dignamente, conforme a nuestros principios. Quizá al final sólo nos quede eso, no habernos traicionado a nosotros mismos.
Leed los párrafos siguientes, no tienen desperdicio.
"Siento la dosis de soledad justa para ser y hacerme de una pieza: estoy solo en esta guerra porque no comparto, ni de lejos, con ninguno de los bandos en contienda ninguna de las motivaciones fundamentales que mueven su acción. Estoy solo porque me he movido exclusivamente por razones nobles que ponía ante mis ojos mi propia conciencia y nunca mirando por mis intereses...
Pero ya he "caído" en la primera paradoja: sí tengo intereses propios, mantener limpia mi conciencia sin actuar pensando en causar daño y, en general, ser yo mismo. Cada día veo más importante ser yo, yo, yo, sin esperar nada fuera de la propia satisfacción de quien siente que puede ir con la cabeza muy alta por la vida: ¡qué sensación de plenitud y de paz, aún en medio de la guerra, en el seno de la guerra misma!
Me pueden alcanzar los tiros pero mi victoria está asegurada porque no veo blanco y negro exclusivamente y sí percibo, en cambio, una amplísima gama de grises en la que todo está fundido y confundido. Pero en mí no hay confusión ni deseo de haber actuado de una manera diferente a como lo he hecho aunque me quede sin nada y tenga que partir al exilio.
Y pensaba que estoy solo en esta guerra porque nadie comparte estas cosas -y otras, todas por el estilo- conmigo. Me veo solo "ensayando" mi propia muerte, porque he de morir solo".
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